domingo, 2 de noviembre de 2014

Un médico con aires de todo lo demás.

Alguna vez imaginé que podría hacer todo aquello que pensara. Y nadie me puso límites. Eso, pudiera tener contraproducencias (las ha tenido, de hecho), pero si uno no cambia hábitos por otros mejores, las cosas y situaciones no son disfrutables.

Y uno aprende, mejora, avanza (idealmente).


Desde que recuerdo, quise ser médico, científica, neuróloga o neurocirujano (en estas últimas siempre ha habido disyuntiva). Y era todo junto, excepto las dos que al menos en América no sería posible hacer ambas, ni lógico a mi entender. Para cumplir con mis carencias, dirían los psiquiatras. Terminé medicina, entré a un posgrado. Parecía tener todo lo que deseaba, el área, los profesores, las asignaturas con nombres rimbombantes. Había caído ahí por un milagro, pregunté un día antes de los exámenes de ingreso y entré, pues días después. Quedé, como suceden los "milagros" inesperados, casuales. Sin estudiar, sin temario, sin saber siquiera que iba a recibir una beca. Con mi idea altruista de hacer ciencia, que en realidad no existe, porque en mi mente sigue siendo un ideal. 

Elegí la línea, por ende al profesor... cinco meses después, parecía de ensueño: la que llegó casual, tenía el privilegio que nunca antes del primer semestre tuvo: ir a presentar un trabajo que todavía no hacía, pero en el que ya estaba involucrada. Me pareció raro, un poquito deshonesto ¿cómo iba yo a presentar algo que no había hecho? Los fundamentos teóricos, apenas los conocía y que para colmo, soy de esas tercas que odia memorizar y recitar borucas que los profes indicaban. Obedecí y me fui a Alemania. Pero no obedecí al qué decir; total, ya estaba lejos de los directores de mi posgrado y mi jefe era tan diplomático que una irreverencia disfrazada de ingenuidad, me la iba a pasar por alto. Recuerdo que cada que tuve oportunidad de platicar con algún científico que preguntaba por mi proyecto: confesaba que era una estudiante suertuda que por casualidad había caído ahí, que no estaba familiarizada en práctica, pero que si estaba entusiasmada y había leido mucho al respecto, además de manifestarme muy emocionada por estar viendo a los "gigantes" de la ciencia. Parecía un gesto grato a ojos extranjeros.

Platiqué con Kempermann, el grande de su área, mientras mi entonces director de tesis... que no entendía una pizca de alemán me sonreía, le sonreía al tiempo que escuchaba a Kempermann y me esforzaba por no hacerle gestos al intentar comprender las partes donde se le olvidaba que no era yo oriunda, así, evité pronunciar la oligofrénica frase: "Sprechen Sie bitte langsam" y pues nada. Ahí estaba... platicando con el Señor Herr Doktor und Prof. Kemperman y contándole las ideas que mi tutor tenía, para que mientras seguíamos haciendo gestos amables hacia este último y que Gerd (después de 10 minutos de charla ya éramos compísimas) tanto para que me dijera (después de enterarse que mi director, nada entendía): "la cosa no va por ahí, cambia de proyecto, de posgrado. Ven aquí: entiendes y hablas alemán, eres joven y te apasiona lo que comentas..." Hice todo, menos regresar a Alemania. No aún. Y sigo siendo joven (bueno, en el egipto antigüo ya sería anciana), aunque unos años más "experimentada" que entonces.

Sigo en el camino de aprender ahora, fuera de la banca básica... me pasé a las grandes ligas. Y esa batalla interminable en apariencia, me deja siempre con las fuerzas repletas o exánime, pero siempre me ha otorgado y todos los días me regala grandes aprendizajes.

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